17 diciembre 2006

ADIÓS, YAYA


Ayer, 16 de diciembre de 2006, falleció mi abuela, Lina, mi yaya.
Nació hace 92 años en Fuentefría, una aldeíta de la provincia de La Coruña, el 6 de noviembre de 1914. La mayor de 10 hermanos.
Se casó en Ferrol con Antonio Ansón, con quien tuvo una hija, Mª Carmen. Vivieron un tiempo en Villanueva del Huerva, provincia de Zaragoza, donde era conocida en todo el pueblo como "la gallega". Allí forjó fuertes amistades, de esas que duran toda la vida.
Ya en la ciudad de Zaragoza, donde también estaban sus hermanos Chelo y Marcial, vio crecer a su hija, a sus nietos y sobrinos.
A los 63 años quedó viuda. Yo la recuerdo especialmente a partir de ese momento en sus 60 y 70 años, como una mujer de una gran fortaleza, animosa, llena de vigor, buena cocinera, y una fantástica abuela.
A sus 71 años nos traladamos a La Coruña, y ya se sabe que donde están los hijos, suelen ir los padres. Así que de nuevo en su querida Galicia, y cerca de sus hermanos Tito, Victoria, Maruja...
Fue precisamente con Maruja con quien decidió dar el paso para bautizarse juntas en la iglesia adventista el 25 de julio de 1992, ya con 77 años. Aceptaron las dos a Jesús como su Salvador en la iglesia de La Coruña, oficiando el pastor Félix Gutiérrez.
Los años han ido pasando, y la edad y las caídas han ido deteriorando su salud. Ya viviendo con mis padres, vinieron todos a Castellón en el 2002.
Estos últimos años, viejecita ya, seguía demostrando su gran fortaleza saliendo a pasear, acordándose de cada fecha importante, comprando pequeños detalles para sus nietos y biznietos y leyendo su revista de cada semana.
Tenía la sana costumbre de acabar las comidas con una buena manzana. Siempre de espíritu viajero, durante toda su vida estuvo dispuesta a un viaje, especialmente para ver a amigos o hermanos. Le gustaba pasar el tiempo con las amigas y hablar. Presumida, coqueta... recuerdo cuando la operaron de cataratas, que se quedó chafada al mirarse al espejo y ver arrugas. Decía que se veía mejor antes.
De carácter fuerte, le gustaba mandar, pero también estaba siempre dispuesta a ayudar y sacrificarse por quien lo necesitara. Siempre ha sido muy hospitalaria, y aún con 80 y tantos años íbamos toda la familia a comer los domingos a su casa.
Sus nietos recordamos muy especialmente cómo preparaba los churros en la mesa de la cocina. Siempre eran el elemento imprescindible en cada fiesta: "los churros de la yaya".
Hay muchas anécdotas divertidas que he recordado con mi hermano Rafa, y quiero acordarme de mi abuela así, con los buenos momentos que nos ha hecho pasar. Y quiero pensar, tal y como le he dicho a mi hija, que ahora nos despedimos de la yaya para que descanse hasta que Jesús vuelva, y nos veamos de nuevo, pero ya sin enfermedad, sin dolor, con aspecto joven y con nuevas energías y alegrías por vivir y por disfrutar por siempre.
Amén.

1 comentario:

fesnan dijo...

gracias por este fantástico epitafio a mi también "yaya"