06 diciembre 2006

LA ODISEA

Una Odisea es lo que ha sido mi vida las últimas semanas (especialmente la que ha pasado): A la enfermedad de mi suegra se sumó la preocupación de pensar que está sola en su casa, y que no podemos atenderla desde donde estamos. Después fue mi abuela la que se puso pocha, y se cayó alguna vez en casa, destrozando la espalda de mi padre intentando levantarla. Hace 3 ó 4 semanas murió mi tía Purita, hermana de papá. Lo ha dejado hundido porque la quería mucho. Aún no se había recuperado mi padre ni física, ni emocionalmente del suceso, cuando mi abuela empezó a no poder levantarse de la cama. Tuvieron que pagar a una mujer para que les ayude a moverla y asearla en la cama, porque ellos no tienen fuerza. Pero después de una semana en cama, empezaron a salirle llagas en la espalda y los talones, y la tripa se le puso dura, y ya no quería comer ni beber. Perdió la cabeza unos días, y pasaba la noche entera hablando. Vista la situación llamaron a la ambulancia para ver qué le pasaba. Pero ahí venía otro problema más: mis hijos se quedaban por la mañana con mis padres y comían con ellos mientras yo voy a trabajar. Hospitalizaron a mi abuela un viernes, y el jueves (justo el día anterior), yo buscaba guardería para Ángel. El lunes empieza la guardería y lo arreglo todo para que Lidia se pueda quedar en el comedor del cole a mediodía, a partir del martes. Martes por la noche, Ángel vomita en la cuna toda la cena; hay que cambiar todo: ropa, sábanas, edredón, lavar la alfombra... todo para lavar. Por la mañana: Diarrea que ha calado hasta el colchón. Por supuesto, el colchón para tirar. Miércoles a toda prisa llevo a Lidia al cole, a Ángel a la guarde, voy a comprar el colchón y me voy al trabajo. Cuando recojo al niño de la guardería, me dicen que está malito. El jueves por la mañana se queda Jonathan un rato con él por la mañana, y yo salgo antes del trabajo. Por la tarde lo llevo a urgencias y tiene gastroenteritis. A todo esto, mi abuela sigue en el hospital, y mi madre lleva toda la semana día y noche allí, mi padre malcomiendo... Total, que llega el viernes, que sólo tenía una hora de clase, porque los chavales se iban de excursión, así que mi padre dijo que se quedaba ese ratito con Ángel. Antes de salir para el trabajo, Ángel vomita y lo mancha todo. Tengo que ducharle, cambiarle a él y a mí y fregar el suelo y la pared. Me voy toda apurada a clase. Llego, y a los 15 minutos me llaman por teléfono del cole de Lidia, que ha vomitado y se ha hecho caca y pipi encima. Me voy todo lo rápida que puedo a recogerla. ¡Pobrecita! ¡Qué pena me dio! "Tengo miedo, mami" -decía. La calmé mientras la llevaba a casa, la metí en la bañera y lo lavé todo. Las lavadoras iban que volaban esos días. Aún no se secaba la ropa, ya había más para tender. El niño seguía fatal. Llegó el sábado y los llevamos a los dos a urgencias, porque la noche del viernes al sábado fue de esas de aúpa entre vómitos y diarreas de los dos niños. Fue Jonathan el que los atendió esa noche, porque yo ya caía con los mismos síntomas: vómitos y diarrea, y un cansancio...
El sábado a mediodía ingresaron los dos niños en el hospital ¡en el mismo hospital en el que aún estaba mi abuela! La noche del sábado se queda Jona con los niños, porque yo sigo con diarrea. La noche del domingo ya que quedo yo, para que Jona vaya más tranquilo al trabajo, en el que últimamente va bastante estresado.
Noche de cambio de sábanas hasta 3 veces. Yo hecha polvo, y los niños siguen fatal.
El lunes me tocaba ir al médico, pero ahora con doble motivo. Estaba yendo para que me controle la dieta y bajar el sobrepeso que tengo, pero ahora se junta la gastroenteritis. Jona dice que viene a mediodía al hospital para relevarme un ratito, pero cuando va a aparcar, un coche le quiere adelantar y choca con él. El coche abollado (Jona bien, menos mal). Total, que pierde toda la tarde de trabajo con el lío del coche. Esta noche en el hospital es algo más tranquila. Lidia ya no lleva gotero.
Martes: por la mañana le dan el alta a Lidia, pero de todas formas no la puedo llevar a casa, porque no me puedo partir en dos. Así que sigue aburriéndose como una ostra, sin salir de la habitación del hospital. A todo esto, el lunes por la tarde-noche empieza Jonathan a notar los síntomas. El mismo martes le dan el alta a mi abuela, pero sólo para ir de cama de hospital a cama de casa. Y ahora, ¡a ver quién la mueve!
A la tarde le ponen otro goterito a Ángel, que en 20 minutos le ha hinchado la mano y muñeca al doble de su tamaño. Le quitan la vía y dicen que ya se irá desinflamando solo. Comienza la noche del martes y me quedo en el hospital con Ángel porque Lidia ha podido irse con papá a casa.
Miércoles por la mañana: alta de Ángel, por fin. Aún no estamos bien ninguno, pero nos vamos recuperando. A Jona le afecta hoy la fiebre. Ha empezado el puente de diciembre (5 días seguidos!) Llevábamos meses planeando qué hacer. Teníamos previsto un viajecito estupendo,... ¡Todo al garete! Creo que lo deseábamos mucho, pero ya está todo cancelado. A estas alturas ya me da igual y todo. Tal y como tenemos el cuerpo los cuatro con la gastroenteritis, lo que más deseamos es descansar, supongo y espero que ya llegarán días mejores.
De todas formas, aunque no lo estamos pasando bien, de jueves a sábado quienes realmente lo han pasado horriblemente mal han sido unos amigos nuestros, y aún no hemos podido hablar con ellos. La hija (joven, menor de edad) desapareció de casa, y al parecer ha sido un secuestro o algo así. La Policía Nacional la encontró el sábado por la tarde ("casualmente" cuando toda la iglesia estaba unida en oración por ella). Un asunto terrible, y un trago fatal para todos.

Así que bueno, después de toda mi exposición, de la Odisea de mis semanitas (y he omitido algunos problemillas más), me resta hacer una cosa, y es DAR GRACIAS A DIOS. Gracias porque los problemas pueden o separar o unir a las familias, y nosotros estamos bien unidos gracias a Dios, que nos da la fuerza para superarlo todo. Le doy las Gracias porque poco a poco todo se va solucionando, y poque los problemas y las pruebas nos van haciendo más fuertes. Le doy las gracias por mis hijos porque son la alegría de mi corazón, y por mi marido, que alienta mi vivir.
Toda la gloria y alabanza sean a Dios por siempre.

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